11.7.08

Eine Isolation

Nadie ha encontrado
ni encontrará jamás.
Voltaire


Como siguiendo sus limitados pasos bajo un cielo frio repleto de gris se encontró de pronto en un pequeño parque repleto de individuos como él; tan distintos sin embargo, satisfechos, enérgicos, casi felices. Su accidentada presencia parecía pasar inadvertida. Quizá era la regla pensó efímeramente. No lo sabía, ni tenía fuerzas para averiguarlo. La soledad el bien sabía no era un aislamiento oscuro en el rincón de algún cuarto, no, la soledad significaba algo más concreto y aterrador: estar siempre entre los demás y comprender la futilidad de las palabras y los gestos. Eran esas sonrisas forzadas tan dolorosas cada mañana, la risa insoportable e incompresible en otros, ese convencerse día a día que el mundo se constreñía a una esencia y a una norma: su propia e insoportable existencia. La soledad era el mismo.

Encontró no muy satisfecho una banca -dura, insensible, muerta- y se dejo caer sin mucho convencimiento en ella. Así eran las cosas: terribles e inhumanas, indiferentes. Nada se podía hacer. El hombre no estaba hecho para el mundo. Pero el ahí estaba, solo y abandonado, y los minutos pasaron. La noche se podía intuir fácilmente, el parque se encontraba vacío, casi desolado. ¿Cuánto tiempo había transcurrido? Lentamente se recupero de su letargo, podía sentir su muerte intensa y profunda, pero la sabía tan lejana aún.

-Una existencia más- pensó -buena pifia-.

Miro a su alrededor indolentemente y con sorpresa advirtió una libreta seguramente olvidada. Hojeo entre sus páginas y leyó:

La consciencia de nuestra imperfección nos vuelve infelices.

Detritus.

Una incómoda sensación le embargo. No habría clemencia ni piedad para el hoy.

Mañana, tampoco. Llovía.

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