lenta agonía que me consume
imperceptiblemente,
entre terrenales placeres y desidias.
Al termino de cada semana se me presenta el mismo inconveniente, la misma tortura: La angustia ante la ausencia de actividad. El ocio y el placer envilecen, y negándome a una vida social, caigo presa de ellos. Inútil me intuyo, solo esperando el reinicio de las convenciones humanas; escuela y trabajo, responsabilidades producto de un contrato social de facto, en el que entrego parte de mi vida a cambio de un poco de distracción, para eludirme, para olvidarme, al menos en parte, al menos un rato.
No hay peor existencia que una sin sentido, vacía de actividades, inmutable, silenciosa y atrozmente solitaria.
“No hay necesidad de fuego, el infierno son los otros” dijo Sartre; Enorme equivocación en un existencialista, el verdadero infierno es uno mismo. El infierno soy yo.
*Schopenhauer.
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